Herencia. (Para mis Hijos)
Tal como en la travesía de aventura, cuando pasamos un poco
más allá de la mitad del camino, la idea vaga de volver atrás deja de ser una
opción. Es en ese momento en que le ponemos todas las fichas a nuestra máquina
y nuestra capacidad para llevarla, y giramos el puño derecho acelerando con
decisión.
Sin ánimo de preocuparlos y sin intención que se llegue a
intuir siquiera una especie de despedida (el último que piensa en eso soy yo,
se los aseguro), de tanto en tano giramos la cabeza casi de forma inconsciente
para mirar la huella que vamos dejando, que en definitiva es lo único que
queda, como también todo lo que nos llevamos, que no es ni más ni menos que los
afectos, los paisajes y los bichos pegados en el casco…
Y me puse a pensar en esto de la “herencia”, lo que les voy
dejando en sus vidas, que no es mucho, en especial lo material, que se resume
en una moto, una guitarra, un saxo y un puñado de herramientas. Me refiero a lo
que, a través del infinito amor que siento por Ustedes, trato de ir dejándoles
en cada oportunidad que se presenta.
Y me acuerdo de todas esas “pequeñas cosas”: las tosatadas y
el mate en el silencio de la mañana, la cervecita y la picada mientras lavan o
arreglan los autos los varones, el dormir abrazados en el sillón mirando la
tele con las nenas, la compañía de la ruta, el estar en cada momento importante
de sus vidas, en un respetuoso segundo plano, tratando de inyectarles siempre
la cuota de optimismo y humor ácido…
Y el Asado!!!
Como siempre andamos corriendo atrás de no se qué zanahoria,
hoy les quiero dejar una especie de “Manual del Asador de Familia”, a los
cuatro, pero no sólo para que les salga rico, sino para que lo apliquen en todo
lo que hagan en sus vidas:
Lo primero es hacerse amigo del fuego: el fuego es vida, y
si se va de control, es muerte. Aprendan a controlar el fuego, y manténganlo
siempre encendido. Una vida sin la pasión del fuego no es nada. Bastan un par
de maderitas o ramitas sobre 2 o tres bollitos de diario, sobre el que tienen
que construir una especie de Iglú de carbón, con alguna entrada de aire y una
pequeña salida. Como el Iglú de hielo de los esquimales, que a pesar de ser de
hielo, los abriga y mantiene vivos.
Cuando el carbón esté bien blanco (de día) o bien al rojo
(de noche), desparramen el fuego con un palo largo (para no quemarse, como en
la vida, jaja), pero siempre guarden de la bolsa de carbón sin usar, y un par
de brasas encendidas en un rincón de la parrilla. Pongan “Todo al Asador”,
nunca se guarden nada, compartan todo. Pero que no le dé el fuego directo ni
muy cerca porque se arrebata y se quema. Las brasas más grandes tienen que
rodear la carne y solo las muy pequeñas y espaciadas deben quedar debajo del
futuro manjar. Rodear es abrazar, como la paloma que empolla sus huevitos.
Si no pueden regular la altura de la parrilla, regulen el
fuego: para bajarlo abran las brasas, de modo tal que puedan esperar el tiempo
que sea necesario a que lleguen los comensales a la mesa. Para el asado
empiecen por el lado de la costilla, un par de vueltas de ambos lados hasta que
tome temperatura de cocción y después se deja sobre la costilla hasta un
momento antes de servirlo, cuando se lo da vuelta del lado de la carne, para
servirlo calentito. Lo mismo el vacío, tomando el cuero como si fuera la
costilla. La molleja se pone entera y cuando tome tensión y empieza a dorarse,
vuelta y vuelta, se abre al medio y se pone del lado interno mas crudo. Mucho
limón y algo de sal, hasta que esté chispeante y doradita. La morcilla lejos
del fuego, sólo se calienta para que no se reviente. Pinchen el chorizo en el
medio para que se desgrase de a poco, girándolo a cada rato, para que se dore
parejo.
Sírvanse un buen vino con hielo o el trago que prefieran, y
asegúrense de tener a mano la tabla, el cuchillo, un repasador, buena música y
por supuesto: “rodeados de afectos”.
A esta altura vayan poniendo nuevo carbón sobre las brasitas
que quedaron aparte, para poder moderar el fuego y el tiempo a voluntad.
Participen de la charla, disfruten y escuchen. Ríanse mucho.
Enséñenle a los más chiquitos el rito del asado en familia, dejándolos juntar
ramitas y mover un poquito el fuego encendido: les aseguro que para ellos es
mágico (lo fue para mi con mi viejo y luego con ustedes cuando eran chiquitos).
Continúen con la hermosa tradición familiar de dar a probar
lo que vaya estando a punto, en la boca o en un pancito, es el mejor
aperitivo!!!
Vendan bien la mercadería!!! Como todo en la vida, entra
primero por los ojos!!! Y si se agrandan un poco cuando muestran la bandeja, es
un éxito asegurado!
Sírvanlo de a poco y a gusto del consumidor: la realidad es
que siempre el asado tiene una parte mas cocida y una mas jugosa: cuestión de
saber acomodarla en la bandeja y ofrecerla con aire de especialista: “lo de la
derecha está más cocido y a la izquierda, jugoso” jeje.
Los huesos y restos son siempre del perro, nuestro o del
vecino. Nunca se tiran! (recuerden: compartirlo todo).
Asi, de a poco y con práctica, van ir logrando transformar
sus vidas y sus Domingos, estirando la tarde con mate, lavando el auto,
paseando, o volviendo de una salida corta.
Y para cuando se quieran acordar, habrán superado aventuras
amorosas, cambios de pañales, corridas al pediatra, triciclos, bicis… y van a
estar abrazándose con unos tigres y leonas hermosos, mucho más altos que
ustedes, que en algún momento, a viva voz y desde lo más profundo del alma,
griten:
“ UN
APLAUSO PARA EL ASADOR!!!”