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La Segunda Edad
Lo que nos pasa después de los 50. Por: Ariel Villar

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27 de Abril, 2014 · General
... Estaba tan perplejo ante tanta belleza...
Ella estaba frente a él, ofreciéndose por completo, invitándolo a experimentar todo eso que siempre le parecía un sueño imposible. Aún así, los instintos entrenados de una educación enferma ponían freno a cualquier intento de gesticular una sonrisa cómplice.
Hasta que un día, debatiéndose entre la justificación y el suicidio por haber llevado una vida gris y sin sabor, ella apareció de nuevo. En un arrebato de locura la tomó en sus brazos y salió corriendo como si hubiese robado el tesoro mas preciado.
Nunca más se supo de él, sólo el nombre de ella: "Vida"
publicado por arielvillar a las 20:13 · Sin comentarios  ·  Recomendar
21 de Octubre, 2010 · General

   Todos alguna vez sentimos esa especie de “malestar” físico general, no muy definible, seguidilla intermitente de “dolores insólitos” e incongruentes, a los que por costumbre intentamos darles una explicación lógica que en realidad no nos convence para nada, y empezamos a ocupar el bocho queriendo recordar al detalle la actividad de las últimas 24 horas, más un análisis digno de laboratorio  de todo lo ingerido, descartando cada opción hasta llegar a la misma incertidumbre inicial. Pero a ésta altura nuestra sana costumbre de la “automedicación” ya se encargó de darnos un motivo lógico para cada dolencia.

 

   Y a lo corporal se le suma un “aplastamiento  anímico masivo tal, que hasta nos hace cavilar entre movernos un par de metros para atender un “llamado del interior”, o reventar la vejiga en el sillón del living, soportando cualquier comunicación verbal con menos onda que un renglón. Y comentamos todo esto que nos pasa y parece que cada interlocutor de turno nos quisiera joder con una especie de “reflejo” o un “yo también” o “yo más que vos” (en éste último caso nunca esperes contención). Pero no es eso lo que buscamos, sino una explicación coherente. Prescindiendo de la coherencia popular, voy a intentar una….

 

   Tal vez producto de la ingesta medicamentosa, a veces llego a pensar que somos parte de un experimento a gran escala social, en el que un grupo siniestro con mucho poder ensaya con nosotros distintas variables con fines de estudio y también de lucro, o en el mejor de los casos, para producir un “reality show” de proporciones dantescas, pero por supuesto, sin medir consecuencia alguna. Me viene a la memoria la escuela primaria y las primeras incursiones en biología, primero descuartizando sapos, tal vez para forjarnos conceptos como el sadismo y la maldad (ecología cero), y después construyendo “insectarios” que consistían en llenar una pecera con tierra y hormigas para que hicieran su vida íntima con vista a los alumnos, tal vez para aplicar lo aprendido con el sapo y ver que pasa a “escala social”, esto es, dentro de una “comunidad organizada” (casi como la nuestra). A veces le juntábamos hojitas para verlas desfilar contentas con sus ramitas como banderas, como si festejaran alguna “conquista social” producto de su rígida disciplina y organización, recorriendo vericuetos y cavernas oscuras donde elaboraban el gran “festín” para agasajar a su reina. Si tuviese que volver a hacer un insectario para un nieto, le pondría: “La Plaza y el Balcón de las Profundidades”, pero es una fija que después citan a la mamá para hablar con la psicopedagoga.

 

   Otras veces las hacíamos experimentar con algún desastre ambiental a gran escala, inundando una parte de la pecera con “K-Otrina  o “Katrina”, no me acuerdo bien… Y nos cagábamos de risa viendo como corrían desesperadas y las más grandotas, las transportadoras, pisoteaban a las más chiquitas, las exploradoras, hasta que se encontraban con las cortadoras, que de un solo tijeretazo les cortaban la cabeza. Pero por entonces ni se hablaba en la escuela de sindicalistas ni enfrentamientos ni chicos muertos a balazos, por lo que seguía siendo sólo un trabajo didáctico, que terminaría como parte de nuestra inefable “cultura general” , definida por Raúl Urtizverea como “Todo aquello que nos queda después de habernos olvidado todo lo que leímos”, en su libro “Cómo Parecer Cultos”.

 

   A esta altura ya muchos de nosotros empezábamos a sentir compasión por las pobres hormiguitas, y pedíamos clemencia por ellas y su libertad, pero “el sistema educativo” no contemplaba la destrucción de un trabajo práctico. Otros daban rienda suelta a su creatividad cazando avispas, y las metían en la pecera para regocijarse con encarnizados ataques “aire-tierra” o sangrientas torturas cuando algún piloto de las fuerzas aliadas caía en manos de los comandos terrestres emergentes de sus cuevas. Incluso a los que les daba el cuerito, apostaban con algún Capitán del Espacio o una Rodhesia. Yo prefería salir al recreo chupando un Media Hora, mientras jugábamos a levantar polleritas tableadas con el pantógrafo (ellos eran los alumnos aplicados y nosotros los degenerados).

 

   Finalmente el correr del año lectivo y el retraso en el temario pusieron al insectario en el rincón del olvido. A fines de Noviembre nos acordamos de las hormiguitas y nos acercamos a la pecera con la esperanza de encontrarlas haciendo su vida, pero lo único que pudimos ver a través del vidrio sucio, roto y lleno de telarañas, fue un terrario devastado por la guerra, el hambre, la destrucción y la desolación. El 2012 llegó de la mano del portero, que terminó de romper los vidrios enteros y juntó todo con la palita y lo metió en la bolsa de consorcio. Lo vimos alejarse lento, arrastrando los pies y la bolsa, como la misma parca, refunfuñando algo así como: “…que de porquerías que juntan, se van a terminar lastimando…”

 

   Quiera Dios que el 2012 nos encuentre en un nuevo jardín, que el único vidrio sea el Cielo, y que unos cuantos estemos vibrando en una frecuencia mucho más alta, sembrando vida, y construyendo amor, en paz y en libertad.

 

 

publicado por arielvillar a las 19:45 · Sin comentarios  ·  Recomendar
21 de Octubre, 2010 · General

   Casi una milonga permanente de los argentinos, cuando no un tango que llora lo perdido, que no desperdiciamos oportunidad para protestar por lo que no tenemos. Pero.. qué nos falta? Si tenemos de todo!! (hambre, miseria, analfabetismo, enfermedades, desocupación, inseguridad, y 1000 etc más). “Vamos viejo! No podemos andar así nomás por la vida con esa cara de culo!!!” Desde un punto de vista social, que alguien nos diga semejante cosa refiriéndose a nuestra expresión facial folklórica, es casi utópico, ya que de ser real estaríamos en presencia de un “Boludo Premium”.

 

   Más allá de lo colectivo (que si no mirá cuando cruzá te pisa), en lo individual siempre nos faltan los 5 para el peso. Y en lugar de ir por más (que siempre es bueno) disfrutando de lo que ya hemos conseguido, andamos rozando la desdicha enmarañados en la locura y el stress que hasta nos quita el sueño, justamente por lo que nos falta, como en el cuento de las 99 monedas de oro (si, ese en el que un plebeyo era muy pobre y feliz, y el Rey, de jodido nomás le regaló una bolsa llena de monedas de oro, y cuando las contó había 99, no 100, entonces se puso como loco buscando la que faltaba, se puso paranoico con que lo habían robado, terminó loco pensando como cuernos hacer para conseguir una moneda de oro más, o sea, le cagó la vida. Perdón por el resumen, pero sino tengo que buscar el cuento en algún lado y hacer un link y no tengo ganas).

 

   En realidad lo que a veces no tenemos, es límite. Y aunque “límite” suena a “limitación”, muchas veces su ausencia puede significar la diferencia entre realización y fracaso. Lo importante no sólo es tener una meta, un sueño, un proyecto, sino establecer de antemano y nunca olvidar, hasta donde queremos llegar. Teniendo bien claro esto, vamos a poder establecer pequeños objetivos que nos vayan acercando a lo que queremos ser, lograr o conseguir. Y por qué digo “pequeños objetivos? Porque en tanto sean pequeños van a ser realizables y lo más importante, nos van a dejar tiempo y espacio para ir disfrutando del progreso. Tomarse un descanso y desconectarse periódicamente, es tan importante como el empeño y el esfuerzo.

 

   Sin un límite claro, la infelicidad de las 99 monedas nos pueden hacer dar cuenta muy tarde de no haber disfrutado de la juventud, de la crianza de los hijos, de haber elegido la pareja incorrecta o peor aún, de haber arruinado la ideal, de haber perdido amigos, dejado enfriar pasiones… Y en el último de los casos, sino tenés límites, San Pedro se va a encargar de ponértelo justo, justo, cuando te faltaban 5 para el peso.

  

publicado por arielvillar a las 19:40 · Sin comentarios  ·  Recomendar
14 de Octubre, 2010 · General

Como tantos otros, vivía normalmente, con su trabajo estable, su ingreso fijo y por detrás una historia común de estos tiempos, con cosas para recordar y otras para olvidar. Hijos ya criados, encaminados y ocupados en forjarse un futuro mejor siempre con poco tiempo para....

Eso de plantearse para qué tantos años de trabajo y esfuerzo y de porqué no cambiar las cosas, se hacía cada vez más una costumbre. Cambiar las cosas. No las del entorno, la sociedad o los demás. Simplemente su propia actitud, en la búsqueda de hacer sólo aquello que le proporcionaba placer, en su caso: Viajar...

Pero no de esa forma tantas veces emprendida, planeada, a un sitio fijo y determinado, donde todo ya estaba digitado de antemano. Incluso las salidas, la estadía, los gastos y la vuelta (depresión post-vacacional también).

Pero algo así como un exceso de peso le impedía tan sólo arrancar: Culpa... ¿Culpa? ¿De qué ? ¿Por qué?

El tiempo y la insistencia de ese pensamiento se encargaron de reducir semejante mochila a tan sólo un paquetito de bolsillo que se acomodó en el rincón del forro descocido de la vieja campera de pluma de pato...

Así fue que una fresca y soleada mañana de Octubre, como todos los días, enfundado en abrigo y guantes de cuero, encaró para su trabajo. La mochila aún guardaba los pertrechos de la última salida de fin de semana: algo de ropa, antipinchaduras, herramientas básicas y elementos de aseo personal. Ya rodando la avenida, ella sonaba extrañamente hermosa, poderosa y como queriendo sentir el viento. Sus dos ruedas se sentían más firmes que de costumbre, copiando cada imperfección del asfalto, pero sin que duela la cintura (como las últimas veces)...

La rotonda a la vista marcaba el giro a la rutina y más lejos un cartel verde con letras blancas aún ilegible, el punto de no retorno... El zumbido limpio y metálico de la caja se dejaba sentir a medida que bajaba los cambios... 4ta, 3ra, 2da... El ángulo de inclinación a la izquierda era casi matemático, como todos los días, cuando el Sol mostró un reflejo distinto sobre el carenado... El más puro instinto de conservación hizo que el puño derecho gire hacia abajo y la inclinación a la derecha fue un acto reflejo... El cartel verde de letras blancas ya legibles dejó atrás el punto de no retorno y ella dejaba oír el canto de los escapes a su máxima expresión mientras la 5ta velocidad se afirmaba para quedarse un buen rato...Un par de segundos ausentes mostraron imágenes cerebrales de lo que hubiera sido un viernes como tantos otros, que se quebró de golpe con el grito más íntimo y profundo empañando un segundo el visor del casco...

Ella se acomodó en velocidad crucero y él se afirmó en el punto más cómodo del asiento...

Tantas veces habló de libertad, la libertad de los países, la libertad de los pueblos, la libertad ajena y la propia, esa que termina donde comienza la rutina, pero era la primera vez que sentía su propia libertad sin medida, sin un final programado... El sol marcaba el rumbo, y el único límite era el horizonte...

El sonido de las últimas ranas del zanjón de la banquina se mezclaba con una mínima sinfonía valvular, mientras las primeras gotas condensadas de neblina chorreaban los espejos. El Sol irrumpía naranja y majestuoso detrás de un monte y obligaba a contener la respiración... y sin salir del asombro el pájaro que buscaba alimento se emparejó a la misma velocidad por algunos segundos, mirando al extraño insecto viajero, alejándose después con una media barrena planeadora.

Se sentía el calorcito del sol en el casco y en las piernas, el horizonte; bien argentino, se teñía de cielo azul profundo con blanco de niebla baja como presagio de un día espectacular. Se podía oler el pasto húmedo, el horno de ladrillos, el zorrino furtivo... y la sorpresa de un cuis que obligó a peinar el freno... al segundo el asiento se acomodó y el pulso volvió a su ritmo lo mismo que el motor. Y así, siendo parte del paisaje, el tiempo, de verdad, el tiempo se había detenido!

La vasta monotonía verde se quebró con la visión del cartel de una estación de servicio, presagiando el incomparable placer de un cortado con medialunas calientes.... El sueño iba terminando a medida que bajaba la velocidad, como si lo hubiese despertado un ángel con un beso, y todo se volvió emoción compartida al ver otras motos paradas con sus bultos aún atados. El saludo, la charla, el bullicio y el tintineo de las cucharitas con el fondo de una vieja cafetera Express...

El tiempo voló. Pero qué importaba? Si en un par de minutos iba a encarar otro tramo de cien kilómetros de sol, de ruta, de viento.... de vida!

Dedicado a todos los que disfrutan del síndrome incurable del motociclismo que, como muchas especies, alguna vez se desplazaron en cuatro ruedas y luego evolucionaron para andar sobre dos.

publicado por arielvillar a las 00:52 · 6 Comentarios  ·  Recomendar
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Ariel Villar

Amante de la vida, soñador, hiperquinético, un poco cansado, respetuoso de los mayores, aprendiz del ensayo y error, ávido comunicador, hombre de radio por afición de toda la vida, enemigo de la rutina, niño eterno, comedor de asados y mariscos, amigo del buen vino, seductor (dicen por ahí… hay gente para todo), motociclista de la ruta...

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